Artículo de opinión de Miguel Ángel Rodríguez, vicesecretario de Territorial del PP de Castilla-La Mancha
28 octubre 2010.- No sé porqué, ni a cuento de qué, hoy me ha dado por meterme a comentar una película. No soy crítico de cine y lo normal es que yo escriba de política. Pero hacía mucho que no escribía nada y lo que me pedía el cuerpo era escribir de cine. Mire usted por dónde.
28 octubre 2010.- No sé porqué, ni a cuento de qué, hoy me ha dado por meterme a comentar una película. No soy crítico de cine y lo normal es que yo escriba de política. Pero hacía mucho que no escribía nada y lo que me pedía el cuerpo era escribir de cine. Mire usted por dónde.
Y no de un cine cualquiera o de una película cualquiera, sino de una
película en particular que se llama La jauría humana. A decir de muchos
críticos de cine, La jauría humana es una de las películas más
perturbadoras del cine americano de los sesenta, y su director, Arthur
Penn, es uno de esos realizadores capaces de observar hechos repugnantes
con una mirada limpia. Porque de eso trata la película, de hechos
repugnantes cometidos por seres mediocres, resentidos y cobardes que se
creen los dueños del cotarro.
Cuando alguien decide regresar a su comunidad, a su casa, los que han venido mandando en el lugar resulta que lo ven como una amenaza. Su “paz”, establecida a fuerza de silencio y de opresión, se ve amenazada. Son seres mezquinos y miserables que están dispuestos a todo por conseguir que el recién llegado se vuelva como ellos o bien que perezca. Se trata de criaturas patéticas pero brutales a la hora de defender lo que creen suyo por derecho propio. Su existencia privilegiada se acerca a su fin y ellos, la jauría, no pueden dejar que ese hecho se produzca.
Empiezan cercando al recién llegado para que su vida en la comunidad se le haga difícil por no decir imposible. Se inventan hechos que dan por ciertos e incluso le atribuyen un asesinato (evidentemente es inocente). Dice también un crítico de cine que “la violencia se va desplegando progresivamente, de manera gradual, sin prisas, con estallidos ocasionales que anuncian el clímax final”.
No voy a desvelar el final. Es conveniente que cada uno la vea y saque sus propias conclusiones, pero seamos conscientes de que aunque mantengamos la mirada limpia veremos aún muchos hechos repugnantes.
Cuando alguien decide regresar a su comunidad, a su casa, los que han venido mandando en el lugar resulta que lo ven como una amenaza. Su “paz”, establecida a fuerza de silencio y de opresión, se ve amenazada. Son seres mezquinos y miserables que están dispuestos a todo por conseguir que el recién llegado se vuelva como ellos o bien que perezca. Se trata de criaturas patéticas pero brutales a la hora de defender lo que creen suyo por derecho propio. Su existencia privilegiada se acerca a su fin y ellos, la jauría, no pueden dejar que ese hecho se produzca.
Empiezan cercando al recién llegado para que su vida en la comunidad se le haga difícil por no decir imposible. Se inventan hechos que dan por ciertos e incluso le atribuyen un asesinato (evidentemente es inocente). Dice también un crítico de cine que “la violencia se va desplegando progresivamente, de manera gradual, sin prisas, con estallidos ocasionales que anuncian el clímax final”.
No voy a desvelar el final. Es conveniente que cada uno la vea y saque sus propias conclusiones, pero seamos conscientes de que aunque mantengamos la mirada limpia veremos aún muchos hechos repugnantes.