Opinión
Enrique Belda 
       
enrique_belda.jpgDesde el 8 mayo de 1983, fecha de las primeras elecciones autonómicas en la mayoría de Comunidades de España, el cargo del Presidente del ejecutivo autonómico se ha ido revalorizando paulatinamente hasta conseguir situarse a la cabeza de la importancia efectiva, junto con la Presidencia del Gobierno, de todo el sistema de cargos públicos definido por la Constitución. El motivo es bien sencillo, ya que el invento autonómico, pretendido en principio para territorios muy concretos denominados “históricos”, ha pasado a generalizarse, convirtiendo a España en la práctica, en una suerte de Estado Federal. Los presidentes autonómicos deciden sobre las más importantes cuestiones de nuestra vida y nuestros derechos, después de sucesivos incrementos competenciales desde el Estado, y responden de la administración de la mayor parte de caudales públicos no finalistas.

 
 
 
 
 
De esa manera, los líderes regionales se han convertido en piezas claves del poder político en España. Los “barones” autonómicos, sean hombres o mujeres, tienen capacidad de incidir en las políticas del Gobierno Central, cuando es de su mismo partido, o de lo contrario hacen que tiemble (a no ser que carezcan de peso e influencia. Omito poner ejemplos). Y si se trata de gobernantes autonómicos de distinto partido que el que ostenta la Presidencia de la Nación, asumen un protagonismo ineludible en sus propias formaciones políticas. “Pintan”, en una palabra.

Por eso, cuando se quiere presidir una Comunidad hace falta reunir una serie de cualidades probadas de mando, y unas referencias previas de gestión pública y de consolidación interna. Sin ello, no se va a ningún sitio. Si hay dos candidatos igualados, el que gana y gobierna, siempre ha sucedido así en el sistema electoral autonómico, es el que reúne mejor ese perfil. Ya saben donde voy a parar: dos más dos son cuatro. Resulta que en Castilla-La Mancha, la candidata del Partido Popular, Maria Dolores de Cospedal, ha conseguido internamente liderar, durante ya cinco años, una formación derrotada durante décadas en las urnas. En apoyo de lo anterior, además, ha llegado a encabezar (nominal y efectivamente, por su continua presencia pública) el partido que en toda España encabeza las preferencias de voto. No falla: cuando la casa propia se tiene en orden, el electorado confía en los responsables. Pero luego, a nivel externo, esta candidata ofrece también una experiencia profesional y pública dilatada, que además transmite a los votantes, con la misma aceptación que gozaba en sus mejores tiempos, el único líder consolidado que hemos tenido en Castilla-La Mancha, José Bono.

Así, la forma de recibirla la gente, de abordarla las fuerzas vivas de las localidades, de respaldarla y de ser buscada (cada vez con menos disimulo por quienes mueven la riqueza y la inversión de nuestra tierra); no deja lugar a dudas de que va por el camino correcto. Ahora bien, lo más importante es que jamás, pero nunca, se deja amedrentar por los conocidos y previsibles golpes del poder establecido, ni cambia su discurso para perder un minuto en defenderse de las acusaciones o tergiversaciones más inverosímiles. Bien es cierto que los de aquí ya sabemos cómo se comporta cualquier gobierno que se enquista y, al final, eso beneficia siempre al calumniado.

Enrique Belda


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