Opinión


Mª Luisa Soriano Martín
Viceportavoz del Partido Popular en las Cortes Regionales.


mara_luisa_soriano_en_puertollano_22_02_10_copy.jpgLa Tierra está en el sitio que tenía que estar. Ni demasiado lejos, ni demasiado cerca del sol. A 150 millones de kilómetros. La distancia a la que el agua, el motor de la vida, se encuentra en constante evolución, y siempre, al menos eso dicen los expertos, transformándose según un ciclo cerrado que se repite una y otra vez de forma que, desde su origen, el Planeta dispone siempre de la misma cantidad de agua. Se podría decir que todas las especies que han poblado nuestro Planeta hemos bebido de la misma agua.

  
 
 
 
 
 
La lucha del hombre contra la sequía ha sido atroz. Los romanos, los árabes y luego los reyes cristianos se preocuparon por el agua desde la antigüedad hasta la conquista de América. En el siglo  XVIII, los monarcas ilustrados, entre ellos Carlos III, impulsaron la construcción de canales de riego y de navegación, lo que supuso en nuestro país la primera gran revolución en el control del agua.

Fue con la revolución que produjo en el siglo XIX el invento de James J. Watt, la máquina de vapor, cuando, con el ensanche de pueblos y ciudades provocado por la industrialización y por la agricultura especializada, se incrementó notablemente la demanda de agua. En Francia, gracias a un complejo y eficiente sistema de canales, además de resolver definitivamente los problemas del agua, aumentaron espectacularmente su riqueza agrícola, ganadera e industrial. Hicieron los franceses lo que aún hoy por hoy es impensable que hagamos en España, pero no sólo por la falta de caudal de la mayoría de nuestros ríos, sino por la necesidad de ilustración y por la poca visión de futuro de nuestros actuales mandatarios, ya que aunque en nuestro país, a comienzos del siglo XX, se establecieron los principios medioambientales y de gestión del uso del agua que dieron lugar al primer Plan Nacional de Obras Hidráulicas, en la actualidad, cuando con el Plan Hidrológico Nacional y el Plan Nacional de Regadíos del Gobierno del Partido Popular se pretendió culminar un asunto de tan capital importancia, diminutos intereses personales lo han impedido.

En un país con tantos desequilibrios hidrológicos como el nuestro, hemos aprendido a calibrar el verdadero valor del líquido elemento y, cada vez más, tenemos conciencia de su valor medioambiental y de su incidencia en los avances tecnológicos y productivos.

También nos hemos percatado de la necesidad imperiosa de que tenemos que aplicar una política hidrológica que corrija los desequilibrios hídricos; que evite la sobreexplotación de acuíferos; que garantice la sostenibilidad del medio ambiente; que asegure un nivel de rentas adecuado para todos los sectores económicos y, sobre todo, que podamos disfrutar sin miedo al futuro de la materia responsable del origen de la vida, y aunque haya quienes, con tal de conseguir su provecho propio, serían capaces incluso de cambiar la tierra de sitio, cada vez les es más difícil engañarnos, como viene sucediendo, con su propaganda basada en la confusión y en la manipulación de nuestros sentimientos.


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