En la sociedad, al igual que en una empresa, es importante buscar las causas que provocan una determinada situación para poder afrontarla y superarla, porque sólo trabajando sobre las causas podremos cambiar los efectos. A veces, actuar sobre esas causas supone adoptar ciertas medidas que pueden ser impopulares o nada agradables, pero en estos casos, no vale escudarse tras cortinas de humo, ni achantarse, sino demostrar la valentía necesaria para ponerlas en práctica, porque de ello depende el poder salir de esa situación o hundirnos más aún en el pozo.
Hace unas semanas, vi en televisión un reportaje que recogía las declaraciones que el presidente del Gobierno realizaba en el año 2008, el año en el que la crisis ya era palpable. En dicho reportaje, José Luís Rodríguez Zapatero aseguraba a los españoles que no teníamos que revisar nada, que éramos los mejores y que teníamos el sistema financiero más robusto del mundo. Lamentablemente, no reconocer la realidad, dejar de analizar las causas y no atajar la situación interviniendo directamente sobre ella, fueron los principales errores de quienes nos gobernaban entonces. Y es que, lejos de analizar el problema y empezar a trabajar, optaron por mentir continuamente pensando que todo se arreglaría por sí sólo, se dedicaron a anestesiarnos y demostraron una gran cobardía defendiendo el Estado del Bienestar cuando en realidad sabían que la situación que defendían era insostenible, y que su inacción o ineptitud iba a pasar factura, sobre todo a los más débiles, llevando a la quiebra ese Estado del Bienestar.
Pero hay más cosas que deben hacernos reflexionar. Hace varios años, un empresario del sector de la distribución agroalimentaria de nuestra tierra que viajó a China para hacer negocios me comentaba que el gigante del continente asiático iba a ser imparable, porque cuando él llegó allí, el ambiente que respiraba le recordaba a la España de los años 70 cuando todo el mundo quería trabajar mucho, ahorrar, comprarse su casa, su coche, y que sus hijos fueran a la universidad. Este empresario me decía entonces que cuando una generación está así de centrada, no hay quien la pare.
Él me decía que sus padres, que tenían en torno a los 70 años, siempre habían sido un ejemplo de trabajo, honradez, austeridad, previsión y generosidad. Es decir, que pertenecían a una generación a la que le había tocado lo peor del cambio, porque de jóvenes trabajaron para sus padres y de casados para sus hijos. Era gente que veía el trabajo como una oportunidad de progresar, como algo que les abría un futuro mejor y se entregaron a ello en condiciones muy difíciles. Compraban las cosas cuando podían, y del nivel que se podían permitir. Además, no solían pedir prestado más que por estricta necesidad, pagaban sus facturas con celo, ahorraban un poco “por si pasaba algo” y gastaban en ropa y lujos lo que la conciencia les dictaba.
Este hombre me decía que tan sensata, prudente y trabajadora era, en general, esa generación, que constituyó muchas de las empresas que hoy conocemos y que dan trabajo a muchos españoles. Sabían que el esfuerzo tenía recompensa y la honradez formaba parte del patrimonio de cada familia. Se podía ser pobre, pero nunca dejar de ser honrado. Por otra parte, es verdad que para esa generación, la democracia significaba libertad, posibilidades y seguir viviendo en armonía y respeto.
Cuando estábamos terminando la conversación, este empresario, que hoy estará cercano a los 50 años, me comentaba que veía imprudente que desde el Gobierno socialista no se impregnara a la sociedad de la cultura del esfuerzo y del mérito. Él me decía que una gran parte de nuestra generación ha pensado que el dinero nacía en las cuentas corrientes y que los bancos eran unas fuentes inagotables de hipotecas y rehipotecas. Que éramos, en general, los nuevos ricos del gasto continuo, de la exhibición del derroche y de quererlo todo y ya. Que nos volvimos ricos (en apariencia) y nos convertimos, incluso, en gastro-horteras, pasando en poco tiempo de beber vino con gaseosa a ser todos “entendidos” de vinos crianza y Gran Reserva, pero sin fase intermedia de descompresión, y a base de talonario, porque pocas cosas cuestan tanto como intentar ocultar la ignorancia.
Mi interlocutor me decía que en Alemania, durante algunos años, no daban abasto a la hora de fabricar coches de alta gama para los españoles. Ya entonces, me comentaba, que todos estábamos de acuerdo en que eso era imposible sostenerlo, pero el gobierno no quería reconocerlo públicamente, porque era más cómodo seguir manteniéndonos anestesiados, no despertar a la dura realidad y seguir refugiándonos en el discurso de los derechos para no abordar las reformas necesarias. Me decía que, si somos incapaces de volver a los valores con los que se construye una sociedad sostenible, nos hundiremos, eso sí, cargados de reivindicaciones, y haciendo realidad el refrán de que “nuestra siguiente generación será pobre, por ser nieta de ricos”.
Recordando esta conversación me he dado cuenta de que no queremos que nuestros hijos sean unos esclavos endeudados y que cuenten mañana unas historias legendarias sobre la prosperidad que crearon sus abuelos, empeñaron sus padres y son incapaces de imaginar sus nietos. Estamos a tiempo de cambiarlo, pero cada vez tenemos menos tiempo.
Seguramente, los maestros del cambio no estén en las manifestaciones del 15-M, ni entre los dirigentes del PSOE que, irresponsablemente nos llaman ahora a tomar las calles, pero mientras gobernaban sólo nos administraban anestesia en lugar del antibiótico necesario para acabar con la infección, que hubiese evitado llegar a día de hoy con 40 grados de fiebre.
Los mejores maestros los tenemos en casa, porque fueron ellos, nuestros abuelos y padres en general, quienes sacaron adelante a este país y lo hicieron progresar y avanzar. Mirémonos en ellos, aprendamos de ellos y copiemos esos valores (esfuerzo, solidaridad, sacrificio, austeridad, etc.), que son las mejores herramientas para salir de esta situación en la que hay tantas familias sufriendo.
Ángel Exojo Sánchez-Cruzado
Viceportavoz del grupo popular en la Diputación de Ciudad Real